Una vez cerrado el círculo
equinoccial eché a andar mis pasos por el bosque otoñal, lugar que no había visitado
en más de una década y ya había olvidado su aspecto. Mi soledad era mi
compañera, la que nunca me abandona y siempre está a mi lado sin importar lo
bueno o malo de mi actuar. Las ramas de los árboles me invitaban cada vez más a
adentrarme al bosque, el aroma era exquisito, apetecible podría llamarlo.
Al caer la noche un árbol me
invitó con sus hojas a estar bajo su cobijo, pero algo hacía que mis pasos no
se detuviesen. La demencia de mi alma había vuelto a despertar aquella noche.
El regocijo de mi ser era la frialdad del bosque. La niebla que lo cubría era sólo
un incentivo para mis pies. La frescura de la noche atizaba mi espíritu. El
dolor de mi alma se apaciguaba con la pequeña luz que había cautivado mis ojos,
luz que veía entre las densas ramas de los altos árboles que habitaban aquel
paraje, inhóspito para unos, amado por otros .
Tras largo andar descubrí que
aquella luz no era más que el fulgor de la luna llena que aquella amada y fría noche
había decidido el destino de mi vida.
Encontré un pequeño lugar
donde sólo una corta hierba crecía. Hice un espacio entre ella y me tendí a
ver la luna, mi amada luna, luna de mi vida, luna que ahora significaba amor.
Pasé contemplándola por mucho tiempo, creo que había llegado ya medianoche
cuando pasó lo que jamás esperé en mi vida… Estaba embelesado contemplando la
luna, el sueño ni asomaba en hacerme de su parte. La luna era todo lo que estaba
en mi mente. De entre los árboles se acercaba alguien, lo supe por el ruido de
sus pasos pero mi miraba fija en la luna parecía no inmutarse. Mis ojos nunca
dejaron de ver aquella hermosa luna.
Sus pasos eran cada vez más
cercanos. “Pum, pum” era todo lo que escuchaban mis oídos. Mis sentidos estaban
confundidos. Un frío hielo pasó por mi cuerpo helando mi piel. Mi boca jadeante
respiraba a palmos. Aquello era un sentimiento indescriptible. Temor pero a la
vez paz. Mi cerebro ordenaba ideas per no discernía lo que sucedía. Creo que todo
era culpa de mis ojos que sólo veían aquella luna hipnotizante.
Repentinamente contemplé un
rostro, no porque girase mi vista ni porque mi ojos buscasen contacto con aquel
misterioso ser, es que esa persona vio cuan hipnotizado estaban mis ojos y
viéndome tendido se posó frente a mí y estando de pie me vio directamente a los
ojos. Era una dama, hermosa como la luna… Más hermosa que la luna aun. Mis ojos
hipnotizados hasta entonces ahora estaban bajo el mágico hechizo de
aquella dama. Su belleza sobrepasaba los límites del entendimiento. No existe
nada sobre la faz de la tierra que se acerque a su belleza. Su rostro brillaba a la luz de
la luna. Pude notar algo muy particular en ella y que terminó de enamorarme, un
bello lunar sobre sus labios. Era la gema que culminaba la perfección de tanta
belleza. Irradiaba una luz propia, era imposible no fijar la mirada ante tal
preciosura.
Su cabello largo, fino como la
seda, negro como aquella noche oscura pero destellante como las estrellas. Su piel…
su piel era color canela, aromática como el té. Podía sentir su aroma a metros
de distancia, era algo indescifrablemente atractivo y sensual. Deseé estar a su
lado. Traté de incorporarme pero mi cuerpo temblaba. Sentí temor pero también
calma. Había algo en ella que inquietaba mi ser pero al mismo tiempo confortaba
mi alma. Ella era todo cuanto yo había deseado. Sentía que debía estar a su
lado. Sabía que le pertenecía a ella. Ella era mi dueña. Ella señoreaba mi espíritu.
Aunque nunca le había visto, sabía que ella era quien yo había esperado toda mi
vida. Cuanto había atravesado tenía valor y razón ahora que ella había llegado
a mí. Caí enamorado ante su encanto y su porte aquella noche equinoccial. Estaba
seguro de todo esto pero no sabía quién o qué era aquella bella dama.
Finalmente pude levantarme,
alcé mi mano a señal de saludo. Ella me vio y dejó escapar una leve sonrisa.
Sentí paz al ver aquella sonrisa llena de ternura y sentimiento. Dio un paso al
frente y se detuvo. Señaló con su mano la luna mientras me veía fijamente a los
ojos. Luego dio media vuelta y se adentró al bosque sin decir palabra. Algo en
mi interior me decía que debía seguirla y así hice. Al cabo de unos pocos
metros se detuvo ante un pequeño arroyo que cruzaba el bosque. A pesar de haber
visitado aquel lugar unas cuantas ocasiones nunca había visto aquel arroyo.
Levantó su mano y me invitó a seguirla en su andar. Siguió a lo largo del manantial hasta llegar al lugar donde parecía ser el inicio de aquella corriente
de agua. Pude ver cómo brotaba del interior de una roca formando una pequeña
cascada. Al contacto de la luz de la luna aquella agua formaba un resplandor
similar a un arcoíris pero diferente, era color plata con pequeños matices
dorados. Algunas gotas de agua saltaban al caer como si fuesen estrellas fugaces.
Comprendí que aquel lugar era diferente a cuanto había contemplado y que se
trataba de un altar consagrado a la Diosa Luna. Ella giró su cuerpo y me vio,
caí de rodillas. Sentí como si algo me hablase al oído y me dijera que debía
desatar mi calzado y así hice.
Sin saber por qué me adentré
al arroyo, me acerqué y postré ante ella. Tomó entre sus manos agua de
aquel manantial y lo dejó caer sobre mi cabeza, cumpliendo con una especie de
ritual. Cerré mis ojos y sentí la fría agua caer por mi frente, resbalar por mi
pecho hasta caer nuevamente al arroyo. Mi corazón se entibió. Sentí como si algo
poseyera mi cuerpo, algo a lo que verdaderamente yo perteneciera.
“Ahora has entrado a las arcas
de la victoria. Eres parte de nuestra raza antigua y puedes conocer los secretos
velados a la mayoría. Verás el lado oscuro de la luna. Lo oculto es ahora visible. Lo
inalcanzable está a tus manos. El día es noche. Lo lejano en el cielo es ahora
terrenal. Lo desconocido es ahora parte de tu conocimiento. Eres la persona
predestinada a llegar a estos aposentos sagrados donde la Diosa Luna tiene su
morada. Soy la enviada de la luna y este lunar es su marca. Soy la luna misma. Soy
tu luna y tú mi sol, hechos carne para ser uno solo. Nuestra sola existencia es
un misterio para muchos pero ahora existimos como seres vivientes para cumplir
con la profecía una vez concluido el equinoccio que marca el fin de una época.
Ahora tú y yo seremos los monarcas de este lugar. Perteneces a mí como yo te
pertenezco. Nuestras manos se juntan en un arco de amor cumpliendo con el
eclipse profetizado. Verás que el amor es como el oxígeno”.
Su voz, desconocida hasta
entonces, era fuerte y con carácter, mostraba una gran personalidad. Se inclinó
ante mí y me abrazó. Beso mis labios con aquel dulce sabor que nunca olvidaré.
Salimos del arroyo tomados de la mano y me condujo al altar sobre la roca de
donde manaba el agua. Hicimos el amor hasta poco antes del amanecer, comimos de
nuestro cuerpo, nos sentimos entre caníbales. La luna, que había sido visible
durante toda aquella noche, fue cubierta por una densa nube. Una estrella al
norte del cielo nos brindó cobijo con su luz. Tomados de la mano los levantamos
y bebimos de las aguas vivas del arroyo. Comenzó a asomarse de nuevo la luz de
la luna entre la nube. Me tomó del brazo y me condujo a otro lugar. Cubrió mi
cuerpo con sus brazos, tibios como el vino, y mientras volvía la plenitud de la
luz lunar, me besó con toda su pasión y se esfumo entre mis brazos.
Ahora los dos seres habitamos
como uno solo. Nuestra dualidad es insospechada y desconocida para los demás.
Somos dos seres en un solo cuerpo. Somos uno solo, Luna y Sol, día y noche,
claridad y oscuridad. Incluso las noches son mejores.
Publicar un comentario